XII. Otumba
Introducción DURANTE el día que siguió a la retirada de los espanñoles, los mejicanos permanecieron tranquilos en su capital, ocupándose en desembarazar las calles y las calzadas de los cadáveres que las llenaban y que hubiesen acabado por propagar la peste. Quizás aprovecharon también para rendir los últimos honores a los guerreros que habían sucumbido, celebrando sus funerales con el sacrificio de los infortunados prisioneros, que a la vista de la afrentosa muerte que les esperaba envidiaban la de sus compañeros caídos con las armas en la mano. Fue una circunstancia favorable para los españoles el que el enemigo les dejase un poco más de tiempo para reorganizarse. Pero Cortés sabía que esta tregua no podía durar mucho, y, dándose cuenta de lo importante que era ganar terreno, ordenó a su gente que estuviese dispuesta para reanudar la marcha a medianoche. Dejaron las fogatas encendidas para engañar mejor al enemigo, y a la hora indicada el pequeño ejército franqueó, sin ruido pero con nuevos ánimos, las puertas del teocali que tan hospitalariamente les había procurado un abrigo oportuno.
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