III. De la guerra al primer amor
Ante imprevisibles acontecimientos Acababan de producirse unos hechos, que aún conocidos de forma inmediata, no se determinarían con justeza hasta que el paso del tiempo crease la necesaria perspectiva histórica. Motín de Aranjuez, que terminó con la privanza de Godoy. Conspiración, en El Escorial, del Príncipe de Asturias, en quien abdica su padre y se convierte en Fernando VII. Y, al paso, la determinación napoleónica de invadir España, para lo cual pide informes a sus generales, en particular a Murat, que le pinta una situación muy proclive a sus deseos. Pero para degradación de la dinastía reinante van a producirse otros hechos que darán lugar a la Guerra de la Independencia, a la unión primero y conflictos después entre absolutistas y liberales y a ese espacio de tiempo en que será protagonista destacada Marianita Pineda, que en realidad no dejará de ser Marianita porque morirá muy joven, y en el patíbulo, por la defensa de la libertad. Pero Marianita es larva aún, una niña, y vive unos acontecimientos de los que tendrá noción años más tarde, cuando matrimonie adolescente todavía, cuando enviude, cuando contraiga segundas nupcias en secreto y cuando, al fin, nos otorgue la lección suprema de su renunciación a todo en aras de su causa. El matrimonio confitero, que cuida y mima a la niña, tiene un ligero talante liberal, pero no muy firme ni sedimentado y sólo se irá solidificando con el paso de los años inmediatos. Y, como tal, reniega de la debilidad de la dinastía —aunque hay que puntualizar que el mismo reniego sale del corazón de los reaccionarios— cuando el Rey que abdica y el Rey que recibe la Corona se pliegan a los deseos de Napoleón, iniciando así los luctuosos sucesos que salpicarán de sangre una buena parte del siglo. El Emperador de los franceses, que no las tiene todas consigo en cuanto a las facilidades que le dará el pueblo español para la invasión de su territorio, y que ya ha escrito una carta a Murat dicieñdole que teme que se engañe al narrarle la situación de España y de los españoles, ya que la aristocracia y el clero son los amos de España y si temen por sus privilegios o su existencia harán que los pueblos se levanten en masa contra nosotros y podrán eternizar la guerra, Napoleón, repetimos, urde la estratagema y decide atraer a don Carlos y a su hijo a Bayona, para obligarles, ya que conoce el paño, a que con su sumisión contribuyan a la obediencia española ante las tropas invasoras. Dicho y hecho. Carlos y Fernando viajan a Bayona entre el disgusto del pueblo. Una vez en la localidad francesa, insta al flamante Fernando VII para que devuelva la Corona a su padre. Este, no más recibida de nuevo, hace lo que el corso le ha pedido: se la entrega al invasor. Ya no hay Rey de España. El trono está en poder del francés. A Granada ya no llegan papeles de Madrid ni noticias fiables. Todo son rumores. La realidad permanecerá, hasta su momento, en el secreto de la historia. Tardarán muchos años en saberse cosas, y hasta poder leerse documentos como el que ofrecemos a continuación, una carta de Napoleón a su hermano Luis: «El Rey de España acaba de abdicar la corona. Un levantamiento había empezado a manifestarse en Madrid cuando mis tropas estaban todavía a cuarenta lenguas de distancia de aquella capital. El gran duque de Berg habrá entrado allí el 23 con cuarenta mil hombres, deseando con ansia sus habitantes mi presencia. Seguro que no tendré paz sólida con Inglaterra, sino dando un grande impulso al continente, por lo que he resuelto colocar a un príncipe francés en el trono de España… En tal estado he pensado en ti para colocarte en dicho trono… Respóndeme categóricamente cuál sea tu opinión sobre este proyecto. Bien ves que no es sino proyecto y aunque tengas 100.000 hombres en España, es posible por circunstancias que sobrevengan o que yo mismo vaya directamente o que todo se acabe en quince días o que ande más despacio, siguiendo en secreto las operaciones durante algunos meses: si te nombro rey de España, ¿lo admites? ¿Puedo contar contigo?»
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