El parásito del tren: 4
none Pág. 4 de 4 El parásito del tren Vicente Blasco Ibáñez -¡Quia! No, señor -repuso con candidez maliciosa-. El empleado, al dar el billete, se fijaría en mi; muchas veces me han perseguido, sin conseguir verme de cerca, y no quiero que me tomen la filiación. ¡ Feliz viaje, señorito! Es usted la más buena alma que he encontrado en el tren. Se alejó por los estribos, agarrado al pasamano de los coches, y se perdió en la oscuridad, buscando, sin duda, otro sitio donde continuar tranquilo su viaje. Paramos ante una estación pequeña y silenciosa. Iba a tenderme para dormir, cuando en el andén sonaron voces imperiosas. Eran los empleados, los mozos de la estación y una pareja de la Guardia Civil, que corrían en distintas direcciones, como cercando a alguien. -¡Por aqui!... ¡Cortadle el paso! Dos por el otro lado, para que no escape... Ahora ha subido sobre el tren. ¡Seguidle! Y, efectivamente, al poco rato las techumbres de los vagones temblaban bajo el...
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